La Nueva Orden

[...]Karhex entró en la oscura habitación y cerró la pesada puerta de hierro tra de sí. Un lugar tan crispante como aquel no suponía nada nuevo para él, ya que al fin y al cabo tenía experiencia en mármoles negros, fluidos inombrables y aquel constante lamento que parecía retumbar en cada pared sin proceder de ningún sitio. Supuso que una cita así era tan sólo una mera cordialidad para la felicitación por su ascenso, pese a que ni en sus más remotos tiempos había visto jamás al gran Inquisidor congratulando a nadie. Una voz gruesa y gurgutal pero tremendamente familiar le invitó a sentarse. Lentamente obedeció mientras sus ojos se adaptaban a la parcial oscuridad. Pudo distinguir al pálido líder en su asiento de acero estudiandolo con sus ojos rojos de depredador. Su rostro era parecido al marfil, contrastando claramente con su pelo oscuro. Pero tras aquella fachada, pocos sabían que se escondía uno de los más grandes y poderosos sectarios jamás visto. -Dame tu mano -dijo repentinamente. Karhex titubeó, pero accedió a darsela sin más miramientos. Su tacto era frío, casi como tocar un cristal de hielo. De pronto, sintió un hormigueo recorriendo todo su cuerpo, extendiéndose lentamente por sus extremidades. Intentó levantarse pero le resultó imposible: su tronco parecía inmóvil, insensible a sus órdenes. Brutalmente, un lacerante dolor le penetró haciéndole gritar. Cada vez se volvía más intenso, parecía no parar. Karhex podía ver y oir perfectamente, pero un salvaje sufrimiento le atenazaba cada vez más. Intentó rogar, pero su lengua no se movía. Delante de él, su torturador lo observaba con media sonrisa dibujada en su cara. -Verás, Karhex, cuando te conocí eras tan solo un joven engreído cuya finalidad en este mundo era llevar los males ajenos a su término más irrisorio. Sin embargo, te adopté como mi alumno, como mi discípulo y descubrí que tenías un gran potencial en ese cuerpo de enclenque... Has mejorado mucho chico, mucho desde que yo te adopté... Y hoy te preparas para afrontar un cambio radical, ya que desde el momento en que culmine el ritual de esta tarde, pasarás a ser Inquisidor Segundo de esta gran cofradía que mis antepasados fundaron en tiempos muy lejanos... -Las lágrimas recorrían las mejillas de Karhex. Aquel dolor era el más inhumano e insoportable que había sufrido en toda su existencia-También dejarás de ser mi discípulo...¿Sabes? Has sido un gran alumno para mi, quizá el mejor que haya tenido nunca, pero a partir de hoy tú solo deberás forjar todos los conocimientos que te he inculcado. Me he decidido a darte hoy tu última lección, la más dura y real que nunca te haya enseñado. Lo que ahora recorre tu cuerpo es el mal puro, los dioses malignos en su esencia más bruta. La peor de las torturas mortales es solo un juego de niños al lado de lo que tú estás viviendo ahora. Estoy haciéndolo para enseñarte algo, Karhex, lo hago para que conozcas el peso que tendría una traición hacia mi. Has experimentado muchas cosas, muchos sentimientos propios y ajenos, pero jamás has experimentado el peso del poder...El peso del poder es como el alcohol ¿Sabes? No hay nada malo en tomarlo a su justa medida... -De repente, el gran Inquisidor soltó su mano y el brutal sufrimiento cesó. -...Pero cuando hay un exceso de él, es muy fácil que se suba a la cabeza. Por eso, cada vez que creas que tienes más poder que yo, cada vez que pienses que eres completamente libre de hacer lo que quieras con esta cofradía, piensa en tu última lección. Eres el segundo de a bordo, Karhex, pero recuerda que yo sigo siendo el Inquisidor Primero de esta cofradía... -Aun respirando entrecortadamente, Karhex se levantó de la incómoda silla. Le daba vueltas la cabeza y los oidos le pitaban, pero no guardaba rencor a su maestro por ello. El líder era una persona poderosa y a cuyo mando la Nueva Orden se había mantenido a flote durante muchos años. -Ve a prepararte, chico -dijo el Inquisidor. -Faltan apenas unas horas para la ceremonia. [...]